Qué
posesión tan ardua la que me venga
en el
ardor fulgente de las sonatas,
en el
titubeo extraño de los recitales,
en los músicos
asombros nocturnos,
en la
gravidez de las líricas del soliloquio,
en el
temblor voraz del parlamento.
El corazón,
el corazón, el corazón,
a veces
es bueno sentirlo blando,
sentirlo
loco, blondo, vigilante, impávido,
a veces
es bueno perturbarlo
corazón, corazón, corazonada…
Qué
posesión tan ardua la que me venga
cuando el
fervor giró entre los versículos,
cuando
tronó en el alma la espesura
de los
aprietos de mis cantantes áridos,
de mis
órbitas y mis desequilibrios.
El
corazón, el corazón, el corazón,
a veces
es bueno sentirlo mudo,
sentirlo
sordo, raido, rudo, alucinante,
a veces
es bueno ampararlo
corazón,
corazón, corazonada…
Que
posesión tan ardua la que me venga
en los místicos y lívidos susurros que rosean
el
fulgor, la ondosa prisa de las minúsculas
palabras
al oído, y el corazón duele, duele.
El
corazón, el corazón, el corazón,
a veces
es bueno lanzarlo al viento,
sentirlo
en aires, suelto, frágil, acariciante,
a veces
es bueno exaltarlo,
corazón,
corazón, corazonada.
Qué
posesión tan ardua la que me venga
en el
ardor fulgente de las sonatas,
en el
titubeo extraño de los recitales,
en el
temblor voraz del parlamento.
Qué
posesión tan ardua la que me venga
cuando el
fervor giró entre los versículos,
cuando
tronó en el alma la espesura
de los
aprietos de mis cantantes áridos,
de mis
órbitas y mis desequilibrios.
Que
posesión tan ardua la que me venga
en los místicos y lívidos susurros que rosean
el
fulgor, la ondosa prisa de las minúsculas
palabras
al oído, y el corazón duele, duele.
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